¿Te gusta el arroz al estilo “paella”? ¿Tienes tres riñones o dos bien aposentados? Si ambas respuestas son positivas, tu lugar es Arrocería Valenciana, en el residencial de lujo cartón piedra de Cap Cana.
Lo cierto es que el lugar es inmejorable, con vistas a la magnífica marina de Cap Cana, con un mobiliario excelente, una vajilla preciosa, y tantos camareros por mesa como cubiertos en la misma. Un lugar que podríamos llamar de lujo, tanto por el entorno, como por la comida, como por el precio que te hacen pagar cuando te atreves a pedir la cuenta.
La especialidad del lugar es el arroz al estilo paella, como bien indica el propio nombre del restaurante. Nosotros comimos un arroz que yo no había probado antes, arroz con pato y hongos, y la verdad es que fue una buena combinación, quizá un poco pesada para mi gusto, pero a la que se le notaban tablas. El servicio, sea un restaurante de lujo o un pica-pollo, te deleita con lo mismo, con camareros con súper poderes. Normalmente, la mayoría de los seres humanos podemos cerrar los ojos, pero solamente una minoría con poderes extraordinarios consigue mantenerlos abiertos sin ver y cerrar los oídos al mismo tiempo. Esta maravillosa minoría se ha concentrado en ocupar los puestos de camareros en muchos de los restaurantes del mundo, y la Arrocería Valenciana no es una excepción.
Como decía, el arroz más que correcto, el lugar magnífico, la atención, en la línea que uno puede esperar, pero lo que me pareció fuera de lugar, aun teniendo en cuenta todo lo anterior, fue el precio. Creo que pagar treinta y largos dólares (con impuestos) por un plato de arroz es algo excesivo. Uno ya sabe que cuando va a un lugar de estos lo va a pagar, especialmente en las bebidas, los postres y los cafés, pero aquí no desaprovechan la opción de castigarte también en el plato principal.
Sería injusto no reconocer, además de lo ya mencionado del lugar excepcional, el ablandamiento de corazón que se le produce a un catalán cuando, minutos antes de ser aguijoneado por una cuenta afilada, le ofrecen la posibilidad de catar una crema catalana excelente, algo que me dejó con una sonrisa en los labios y un dolor en la riñonera lo suficientemente intenso para no volver en bastante tiempo.