Tras más de diez años en la zona habiendo visitado muchos de los restaurantes de Bávaro y Punta Cana, he creado este espacio para comentar mis experiencias personales en cada uno de ellos.

dissabte, 15 d’abril del 2017

PUNTO ITALIA


Una apuesta segura. Quizá el restaurante más completo de toda la zona de Bávaro con diferencia. 

Aquí no esperes encontrar una cocina fusión de altísimo nivel, ni unos platos de los que no hayas oído hablar jamás, pero da por seguro que aquello que pidas lo conocerás y colmará tus expectativas en un alto porcentaje. Esto es Punto Italia, un oasis entre la locura de la innovación, los precios al nivel de los restaurantes Midtown West de Manhattan que corren por la desarrolladísima Bávaro, y el mejor lugar para almorzar al estilo mediterráneo sin tener que hipotecar tu casa para hacer frente a la cuenta.

La carta, típica en lo que sería un restaurante italiano, contiene carnes, pescados, pasta, ensaladas, bocadillos, embutidos, pizzas en horno de leña, ... ¿qué más puedes pedir un viernes en la noche o un sábado al medio día?, y además, si la pereza te atrapa frente al televisor, tienen servicio de entrega a domicilio, por no comentar que disponen de un punto de venta de delicatessen italianas dentro del mismo restaurante.

Realmente este es uno de los lugares a los que acudimos con mayor frecuencia, y el motivo no es otro que el que acabo de citar, que uno se siente bien, atendido, respetado, que puede repetir porque el restaurante no es una estafa, que les encanta a los niños y además es imposible salir enfadado de ese lugar porque su servicio es brillante, atentos, amables, con capacidad de compensarte cuando algo no sale como estaba previsto, un hecho al que la continua presencia de los propietarios ayuda sin lugar a dudas y le confiere otra garantía más a la satisfacción del comensal. 

No hay mucho más que decir de este restaurante, como no hay mucho que decir de las cosas corrientes que te hacen sentir bien, como un buen sofá, un buen libro, la buena compañía o una buena película, pero algo único debe tener como todas esas cosas cuando, y sin apenas publicidad de ningún tipo, cada vez es más difícil encontrar mesa en sus instalaciones.

dissabte, 25 de febrer del 2017

LORENZILLO'S

Tenía curiosidad por visitar este restaurante. Varios seguidores de este blog me habían recomendado que fuera a probar su carta, pero lejos de hacerlo desde un tono de admiración por las artes culinarias del lugar, sentí que lo hacían con la pícara intención de ver algún comentario negativo sobre el mismo.

Y la verdad es que el único comentario negativo que puedo hacer es económico, pero desde el punto de vista de los propietarios del restaurante, porque creo que la inversión que han hecho en este local no la recuperarán ni en los próximos cien años venideros.

Como decía, la recomendación de varios lectores del blog me llevó a repetir menú en el restaurante hasta tres veces antes de escribir estas letras, y debo confesar que de las tres sentadas una no me gustó demasiado, creo que más porque no supe escoger que por la calidad del plato, habiendo disfrutado en las otras dos visitas bastante. 

La primera vez que fui lo hice como invitado y con la expectación por lo que había de llenar en este artículo, pero más allá de un servicio rozando la pesadez por el intento de agradar (había momentos que pensaba que tenía un dios hindú detrás de mí sirviéndome a la vez con sus múltiples brazos), lo cierto es que el menú que degusté, filete de mero a la veracruzana, me encantó. La misma sensación aprecié en el resto de comensales con sus elecciones, y para ser honestos, tanto esa vez que pedí mero como la vez que pedí atún, creo que son dos de las veces que he comido pescado más sabroso en los últimos diez años en la zona. En concreto el plato de atún blanco sellado con costra de parmesano, ajo frito y pan molido me pareció excelente. Por contra, si bien el filete de pescado es de matrícula, creo que los arroces y los guisos no son su mejor virtud. 

Es importante destacar de este restaurante la decoración, a mi gusto excesiva y un tanto anticuada, pero que rezuma lujo ochentero en cada costura como las marisquerías de ciudad de interior. Acuarios, langostas vivas, madera, cristal, mucha marinería y una bodega en la que no me importaría pasar un par de días. Es evidente que con este escenario los precios no van a ser económicos, pero tampoco es un lugar que preste al engaño, e incluso me atrevería a decir que para lo que uno recibe y la cantidad ingente de dinero que se han gastado en ese local, los precios son más que justos.

Además, como entradas sirven panes de diferentes modalidades y unas empanadas obsequio del ché. He preguntado las tres veces si sabían si la receta la había dejado escrita el propio Ernesto Guevara antes de ser baleado en Bolivia, pero ninguno de los camareros que nos atendieron fue capaz de responder a esta pregunta…



dimecres, 1 de febrer del 2017

OUTBACK STEAKHOUSE PUNTA CANA

Estoy muy contento porque parece que por fin hemos encontrado un lugar que cubre una de las necesidades históricas de la zona de Bávaro y Punta Cana: la falta de tiendas de equipamiento deportivo, en especial zapatillas para correr, pero gracias al restaurante Outback Steakhouse esta situación se ha corregido. 

¿Quieres apuntarte a la media maratón de Punta Cana y no encuentras zapatillas?, no sufras, ves a Outback Steakhouse, pide una pechuga de pollo y listos, podrás correr no una media maratón, podrás correr dos o tres maratones y tus suelas de carne de pollo a la parrilla aguantarán más que tus propias piernas.

Ah, y por el estado de la pechuga no sufras, difícilmente saldrá más sucia después de la carrera de lo que sale cuando viene de la plancha.

La verdad, y fuera ironías, qué vergüenza. Hoy hemos ido a cenar siete adultos y dos niños. Hemos pedido hamburguesas, tres The Outbacker Burger (la especialidad a juzgar por el nombre), tres de pollo, dos hamburguesas de niño y una pechuga a la plancha. Las tres de pollo y la pechuga daban, literalmente, asco. Negras, sucias, como si las hubieran utilizado para limpiar la plancha con ellas en lugar de con un cepillo. Las de carne de res, crudas por dentro, requemadas en los bordes y sucias de la misma parrilla. Del pedido que acabo de relatar, además han servido una hamburguesa mal y una guarnición mal. Dos errores en nueve platos…, no había cerveza normal, y para acabar de adobarlo, han tardado cuarenta y cinco minutos en servirnos la comida. Una vergüenza indigna para la cadena.

En lo único que no se han equivocado ha sido en la cuenta, casi seis mil pesos (ciento veinticinco dólares USA) sin postres, sin cafés y sin repetir bebida, lo dicho, una estafa vergonzosa.

dilluns, 9 de gener del 2017

MATHILDA

Todo allí es bonito, la decoración, la vajilla, los menús, los uniformes, la lencería, las intenciones, la presentación de los platos, incluso el nombre del restaurante es bonito: "Mathilda", pero por desgracia la estética es lo único que salvaría porque las dos veces que he tenido la mala fortuna de caer allí han sido desastrosas.

La primera vez que acudí a Mathilda fue a los pocos días de su inauguración, justo después de que ocupara el espacio, o el agujero…, que dejó Candela en esa esquina. En aquella ocasión se sirvió un menú cerrado a base de varios platos de degustación. El resultado fue tan espantoso, el servicio tan malo, los platos pésimos y las esperas entre ellos tan largas que ni siquiera me atreví a criticarlo públicamente teniendo en cuenta que estaban en los inicios, y que si estos siempre son duros en cualquier lugar del mundo, en nuestra maravillosa zona aún lo son más.

Pero ahora, tras una tregua de muchos meses de actividad por parte del restaurante, fui a cenar y el resultado, sin alcanzar a la primera experiencia (algo que por otra parte sólo se conseguiría pegando a los comensales), fue desastroso. La atención a la llegada fue muy buena, éramos un grupo de ocho personas y enseguida nos acomodaron una mesa de seis para que nos sintiéramos realmente unidos, pero en verdad no habían muchas más opciones por lo que aceptamos de buen grado y con una sonrisa. A los pocos minutos de nuestra llegada, un camarero muy amable nos trajo las cartas y, pasados unos minutos, las bebidas. Hasta ahí todo perfecto en lo que uno pueda esperar al llegar a un restaurante.

Unos cuantos minutos después, sesenta y cinco concretamente, nos sirvieron la cena. 

Nos vino muy bien porque tuvimos una hora larga para hablar de nuestras cosas, reírnos, saludar a viejos conocidos que entraban o salían del restaurante, conocer mejor a unos primos lejanos que habían venido a visitarnos, ahondar en los recuerdos, hacer balance del año, valorar si nos levantábamos y nos marchábamos, o no, empezar a cabrearnos seriamente por la espera, ver como uno de los comensales, un niño de siete años, se quedara totalmente dormido sobre la mesa,…, en fin, lo habitual en una cena en familia.

No sé cuánto costó la broma, la verdad, porque no pagué yo, pero por poco que fuera no tuvo que salir barata pues no habían platos de menos de diez o doce dólares, impuestos aparte. Y si bien he de reconocer que la calidad había mejorado en comparación a la primera vez, los platos (muy bien presentados) eran más bien flojitos. Mi padre, por ejemplo, pidió pulpo a la plancha y le sirvieron tres tiritas de pulpo fritas de unos diez centímetros de largo. Yo comí ravioli y no me gustaron, además todos los platos los sirvieron fríos. No nos atrevimos a pedir postre porque al día siguiente teníamos que trabajar y apenas eran las once de la noche.

Es una lástima, la verdad, porque cuando uno va a ese restaurante enseguida percibe el enorme esfuerzo que se ha hecho para que quede bien, para que sea bonito, para que el comensal se sienta cómodo, y en lugar de marcharte de allí con una sonrisa de satisfacción, te vas víctima de una tristeza abismal al ver que ese esfuerzo se pierde por el mal servicio recibido, y que todas las expectativas creadas acaban transformándose en una sensación de estafa y de monumental cabreo.